16.11.09

1988. 1998.

Siempre había tenido una razón para escapar de aquél muro de agua que me retenía a cada rastro de voluntad que sobresalía del espesor imposible del silencio que ahogaba con su grito indecente laa probabilidade de alejarme de aquella habitación que me mantenía dentro cual si fuera prisionero de mi propio carácter indefinido por la curvatura de mi propio tiempo perdido en los pensamientos furtivos que eran prueba exacta de la estancia consecutiva de las manecillas de un reloj que colgaba del muro.

Pero no podía ni siquiera mover un tendón de mis dedos.

Tarde caía la tarde
para mi valiente suposición debería enfrentarme a cada cambio minúsculo en la posisión de mi cuerpo en el espacio.

Había, como es natural, un vaso con agua esperándome, sin embargo la angustia era tal que no podía acercar mis labios al borde cristalino.

Y qué podía recordar si todo aquello que era ingrediente exacto de los recuerdos se había borrado, con, el anterior trago de agua.
Pudiera ser que afuera había llovido muy fuerte y que la habitación era cálida y muy segura.

Afuera, quizá todo lo que suponía no era cierto, quizá el sol iluminaba en todo lo alto y el cielo estaba despejado, y las personas hacían sus quehaceres sin preocuparse en lo menos de los quehaceres de las demás personas, como normalmente sucedía, sin embargo seguía sin recordar absolútamente nada.

Lo inmediato me era tan familiar, la habitación, las ventanas, todo aquello que me contenía y contenía mis pensamientos y mi cuerpo. Pero había algo que me inquietaba, que no podía sino entretenerme en eso que debería salir de mi cuerpo cuya alma no terminaba de sanar.

Y así pasaron infinitos días, venían personas cuyos ojos denotaban primero preocupación y después aalivio, quizá porque yo seguía sanando. Sanando.

Ahora recuerdo todo eso que aconteció y las palabras de ése que era jefe entre todos los que me procuraron, recuerdo días parecidos a los días que aahora se suceden tan infinitos como los viejos. Recuerdo los olores y las voces, los sonidos y los sabores, algunos amargos y otros tan dulces como la piel perfumada y tersa, su cuerpo y sus palabras, algunas veces amargas otras entrecortadas y esquivas, preocupadas o festivas. He apurado el grueso líquido oscuro de mi vaso, me reconforta, me vuelve ligero, hace que piense simplemente en flotar sobre la calle.

Quizá debería seguir sus pasos, pero fue tan tajante, tan imperioso, seco.

Es hora de salir.
Están a punto de cerrar y no tarda en llover.

Dónde habrán ido a parar esos recuerdos sofocados por la neblina fría, es solamente que quiero recordar la hora exacta cuando llegué aquí.

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